Sal para las heridas


viento de cambio


Llevaba, ella, mucho tiempo aislada. Sintiendo que era imposible confiar en nada,

Sus alas rotas, su corazón errante, no creía que nada lograría liberarla de su claustro.

Salía y se encontraba espejos, que hacían que pensará en su sufrimiento.

que nada le heriría tanto como aquel pesado hierro, 

que llevaba por dentro, desde hacía tanto tiempo.


Helada y sin sensaciones, los días se pasaban tan lentos;

como los que sienten, en su pecho el dolor más intenso.

Puñales clavados protegiendo, y cicatrices gruesas que impiden que salga ningún sentimiento


Año tras año, día tras día, y así pasaba su vida,

sin conexiones verdaderas, sin amor propio, y aún sin valía.


Una noche de primavera, que llovía

Decidió mirar por su ventana, a ver si podía,

Se movía y el reflejo de su rostro en la vidriera, le hacían dudar lo que sucedía

si era la lluvia o era ella, quien desató tal caudal,

si el dolor se había roto, desbordando así un llanto monumental.


Un gran impulso la llevo a la calle, 

sin espejos ni puertas que la detuvieran,

en el portal el miedo se apoderó de ella,

pero un suave susurro le dio las fuerzas,

y elevó su mirada hacia una gran estrella.


Y salió, despedida de aquella puerta,

 en su piel caían frías y delicadas gotas.

Giraba, y giraba haciendo piruetas, 

cada gota que caía era como una receta,

limpiando y sanando su alma, casi muerta.


El miedo paró, como con la presencia de un ángel.

La lluvia cesó, y empapada de llanto de lluvia, todo cambió.


Su corazón estaba sano, y lo comprendió, aunque el tiempo puede ser agotador,

algo mudó que hizo que se borrará todo aquel dolor,

pues aunque sean mucho quienes causaron tal aflicción,

tan solo con un ángel llegó la redención.



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